Profundizar en lo esencial y construir una pieza maestra partiendo de la desnudez absoluta, lanzarse al misterio de lo insondable a pecho descubierto, es lo que me transmite “Seis cuerdas para dos tacones”, de Juan Antonio Suárez Cano, con la intervención perfecta y emocionante de Cocha Jareño. Vi por primera vez esta obra en el Journal Theatre, de Albuquerque, Nuevo México, EE.UU., y cuando finalizó la representación, el público, acostumbrado a otras formas escénicas, quedó fascinado y sobrecogido, en silencio, para estallar después en un prolongado aplauso. Porque esto no es un espectáculo sino un ejercicio exquisito de espiritualidad. Aunque aquí hay herencia, pero también revolución, producto del motín de dos insurrectos que rompen las normas y miran al fondo de sí mismos para crear, desde ese espacio interior que todo lo abarca, nuevos ámbitos de la manifestación musical y dancística. Es la máxima expresión del arte cuando, despojado, se ofrece en toda plenitud.